Perder el bondi, en su idiosincracia, es la excusa perfecta para esquivar sus obligaciones matutinas, detestables por ocurrir tan temprano. Los quince minutos arriba del transporte, llenísimo siempre, le predisponían a un mal humor por el resto del día.
Entonces, lo que quedaba era caminar. Cuarenta cuadras, una atrás de la otra, recorriendo de la casa a sus obligaciones con envidiable secuencia. El día no era frío, pero no hacía calor. El cielo tenía el azul ese profundo y helado que tienen los ojos a veces, cuando son azules y están cercanos a las lágrimas.
En ese momento, enseguida antes de empezar a irse, llegó el único elemento que podía generarle dudas de si caminar o no, cuarenta cuadras al hilo, una atrás de la otra, con envidiable secuencia. La duda con pelo negro como el asfalto, la tez muy pálida, contrastando con su pelo, y sus ojos, a tono con el cielo del día. Tenía, la duda, una figura sobria, que contra la luz de la parada, dejaba ver una silueta, que es la que él y todos asociarían con belleza. Belleza Contour-like, con ojos azules.
Intercambió con ella la mirada complice de los que se ven todos los días, pero no mucho más. En un mal día, jugaban al serio de manera indiefinida hasta que viniera el bondi. "Si fuera menos tímido -pensaba- le diría algo", mientras que su compañera pensaba algo por el estilo. Pero los prejuicios y la apatía de la mañana los tenían más que atados a su silencio. Dióse vuelta, tomando una decisión.
Cerró los ojos y los abrió cuarenta cuadras después. Cuartenta cuadras después, y con mierda en el zapato. "Qué raro, mierda en el zapato", se dijo. Se la limpió en un árbol y entró al laburo. Pestañeó y abrió los ojos ocho horas después.
"Estuviste genial hoy. Una eficiencia increíble, nunca antes vista. La verdad que envidiable, señor." Escuchó cosas de este tipo cinco o seis veces. A la última, en lugar del acostumbrado "gracias" respondió con un "seguro". Ya se había convencido de que había estado genial.
Hacían ya 16 años que volvía sin un golpe y con varios elogios a su casa. Por eso lo había sorprendido el hecho de pisar mierda de perro. Aun así, la empresa era un misterio para él. Su jefe lo presentaba, le decían, como "el fantástico", por su envidiable secuencia y consecuente eficiencia.

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