-Ustedes son una telenovela –dijo con una sonrisa amarga y le dió un trago a su bebida- ¿No te das cuenta? ¡Así no vamos a ningún lado, viejo! Son otro par de pendejos, pero ustedes no salen en la tele.
El alcohol parecía darle una cierta digindad. La bebida pobremente preparada y más pobremente servida le daba calor. Ya amanecía, y parecía no darse cuenta. Miró de nuevo esa botella de medio litro ya vaciándose, que contenía el elixir de su patética dignidad. Qué cara que había que tener para, después de darle un beso a un whisky con coca tibio, servido en una botellita de las plásticas pequeñas, soltar descalificativos. Él, por cierto, era muy consciente de ésto, pero le importaba muy poco.
-Qué se me vienen a hacer los grandecitos, los liberales, los maduros, los "mis problemas son más importantes que los tuyos, y yo soy mejor que vos porque sí y soy más vivo, más todo, y tus problemas -como los del resto de los mortales- son simples boludeces cuando se los equipara a los míos, porque mi sufrimiento vale más que el tuyo, porque siempre estás triste y no sé qué carajo más", los que la tienen tan clara, si al final terminan llorándome los dos en la puerta de casa, uno haciéndose el que no le duele y la otra haciéndose la víctima, o vice versa, y se me mueren por una llamada de teléfono, un buzo de tal o cual color, una carta o lo que les venga en gana que sea un mensaje del otro. Al final vuelven siempre, aparte.
-Sí, viejo, lo que digas... -le dijo su interlocutor, con la extrañeza que tienen aquellos que no entienden de lo que se está hablando- supongo que tenés razón.
-¡Pero claro que tengo razón! Aparte se creen que lo suyo es tan fuerte, y tan único y tan especial, pero vos ves, que una o dos veces en el mes (andá a saber a cuál le viene ahora, con lo histéricas que son), vos estás tranquilito mirando al techo, por hacerte un café y suena el teléfono, o el timbre y le ves la cara o le escuchás la voz al que fue y -"¡PLAF!" tiró una botella de vidrio, que se estrelló contra el piso- como los vidrios papá, como los vidrios, todos rotos y desamparados.
-Pará máquina, no armés relajo por acá que puede caer la cana y es un embole.
-Y si los huelo (porque a los canas los olés) rajo como ya hice tantas veces, y como hacen el par de cornudos estos cada vez que me rompo el orto para arreglarlos. Lo más terrible es que no me nace hacérles una maldad, nunca. Los hijos de remil puta son muy lindos juntos como para joderlos y no consolarlos cada vez que me tocan la puerta. Supongo que yo también soy un cornudo en ese sentido -sentenció-, y vos no te amotinés con la botella, que también quiero, viejo.
-Sí, perdoná. Rematala que no le queda nada.
Acto seguido le dio un trago bien largo a la botella, y la terminó. Tal vez era demasiada bebida para él, porque empezó a arrastrar la lengua de una manera estrafalaria, y ya sólo se le entendían la mitad de las cosas, que tampoco tenían tanto sentido ni eran tan importantes, al menos en ese contexto y a esa hora. Siguieron caminando, apretaron el paso y bajaron la voz cuando escucharon que se venía una camioneta de policía, pero ésta no les hizo caso y siguió su camino. Ya era de día, y sí, se habían dado cuenta. La apertura de sus ojos (estaban achinados, como dicen), indicaba que los individuos daban cuenta de la luz. Siguieron caminando, y justo llegaron a la casa del primero, el que hablaba.
-Bueno, hoy estamos a siete, ¿no? -el otro movió afirmativamente la cabeza- A la turra esta le va a venir y ya la voy a tener en casa llorando, así que me voy a dormir, que es mejor agarrarla descansado y darle bolilla porque si no me hace un desastre con todo. No' vemo', tchau!.
-Salut ! -saludó el otro, haciéndose el francés y se fue, ebrio como estaba a la casa. El viernes que viene habría una escena parecida, lo presentía.- À bientôt !

Etiquetas: