¡Qué dificultad le implicaba entender a la gente!. Su novia, por ejemplo. Tres meses y a almorzar con Papá, Mamá, y "el enano", a presentarlo en sociedad, y decir "este es mi novio". El horror se iba a poder ver en su cara. Si alguien tomaba un primer plano de su expresión, iba a notar el sudor que caía de su frente, sus facciones poniendose coloradas, sus venas latiendo, sus poros abriéndose y... "No, basta" Se dijo, "todo va a salir bien".
Supongo que era el problema con las novias en general, y los que, como él, formaban ese grupos de indecisos, que no conocían, o creían que no conocían, las leyes de la cortesía. ¿Cuál era la clave para caerles bien? Esta duda lo azotaba últimamente, recordaba bien una ocasión. Él mirando al cielo, evitando el paisaje de los jardines, con la cabeza contra el pasto, y preguntándose eso mismo, que cómo les iba a caer bien. El miedo que les tenía era tremendo, tal vez infundado, pero bueno, así era él. Ella, a su vez, se le acercó, y dejándole oler su perfume, que mezclado con el olor del pasto se convertía en una de esas músicas que decían los románticos (que los aromas le inspiraran música y cuadros y que había algo más en todo lo que veía, pero que estabamos velados, y el velo se lo podían meter en el orto, porque estaba tirado con su novia mirando al cielo y sentía eso por lo que esos tipos teorizaban cientos de páginas sin tanta complicación, así que qué tanto lío), le decía que todo iba a estar bien, que se tranquilizara, que todo iba a estar bien, y él no tenía más remedio que creerle.

Entonces llegó el domingo. Quedó en llevar un vino para el viejo, cuidadosamente elegido antes, y se quedó pensando en qué más llevar. Seguramente algo para ella, pero que fuera sólo para ella. Entonces claro, decide llevar flores. Un ramo de flores. Va cruzando dos o tres esquinas, y se encuentra con una disyuntiva. En la esquina habían un par de puestos con flores, y a mitad de cuadra una florería. El florero del puesto le decía "¡regálele un ramo de claveles, jóven!". Tanta precognización le molestó, así que enfiló a la florería.

Adentro de la florería habían cientos de macetas, cientos de kilos de tierra, y una serie de fuentes que hubieran quedado perfectas en varias plazas descuidadas que él conocía. Además de eso, habían cientos de posters que le hicieron recordar por qué no había hecho biológico. La flor, el tallo, el pistílo, la fotosíntesis... la biología en general. ¿Y si para él las flores eran una metáfora de otra cosa? ¿Y si a él le interesaba mirar las flores, y no descubrir sus millones de procesos para ser lo que eran? Igual, a quién le importaba. Es que a él no le gustaba la furia descontructiva de la teoría en las cosas de las que gustaba. No le gustaba teorizar del amor, no le gustaba teorizar de la música, no le gustaba teorizar de las fotos, y detestaba teorizar de las flores, más allá de la utilidad práctica que pudiera tener teorizar de cualquiera de esas cosas. Es que había cosas que era mejor no medir, para él.

En medio de la reflexión se encontraba cuando llegó a la casa. Él ya la conocía, de todas maneras. Sabía que pasando el estudio estaba el patio, que era como varios patios dividos por hileras de macetas, con flores rojas y amarillas para un lado, y azules y lilas para el otro. Tenía un aroma rico, que le evocaba a algún parque del que habría leído antes. Que los marcos de las puertas eran de madera lustrada, cedro o alguna cosa así. Algunas puertas de la casa tenían vidrios, y todo estaba decorado con mucha elegancia. La elegancia en una casa le inspiraba algo de miedo, pero bueno, ahí estaba.

"¡Hola amor!" Dijo dándole las flores. Ella se rubirizó, le dio un beso y lo invitó a pasar. Todo fue bien desde que ella puso las flores en un florero. Según la suegra, eran "¡un detalle bellísimo!".

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